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Tú te lo buscas por viajar sola

Hay una historia que no he contado lejos de vasos de cervezas y miradas amigas. Hay una historia que me guardé para mí porque nunca encontré el momento de contarla. Quizás porque nunca encontré la razón para hacerlo. Mi intención nunca ha sido contar historias negativas ni proyectar miedos. Quizás nunca la conté abiertamente porque sé que hacerlo supone exponerme a críticas, juicios, lamentos y demasiados consejos de gente que proyecta sus miedos. A esos "tú te lo buscas por viajar sola".

Pero hoy, y pese a esto, más que nunca, quiero contaros esa historia que cuentas cuando te preguntan, con sinceridad y falta de morbo, si alguna vez, de verdad pasaste miedo.

Sí, he pasado miedo. Digo a mi interlocutora a media sonrisa.

Más miedo que en toda mi vida. De esas que se te cierra el estómago y te derrites en el asiento. De las que rezas a todo, por si algo, o alguien en lo que no crees te escucha desde lejos. De las que haces falsas promesas.

Estaba en Argentina, la ruta 3, hacía dedo después de más de un mes. Había recorrido la zona de Misiones, parte del Chaco y toda la costa uruguaya. Hacía unos días que descendía desde Buenos Aires dirección Ushuaia. En el camino, me crucé con familias, parejas, amigos y camioneros con los que reí, compartí, agradecí y bebí mucho mate. A mis espaldas, además de muchos kilómeros, muchas despedidas.

Hacer dedo estaba siendo, sin duda, la magia del viaje.

Por primera vez, elegí al camionero que me llevaría. Estaba en un área de servicio algo aislada, no tenía prisa y decidí que abordaría a un camionero en vez de ponerme en la ruta y esperar a que parasen. Remoloneando dijo que sí, me invitó a una hamburguesa que no quería comer pero por su insistencia comí y nos pusimos en ruta. En menos de dos horas me había enseñado un puñal y un látigo para alejar ladrones y empezaba a darme cuenta de que todas sus divertidas historias acababan en pelea. No era, quizás, la mejor compañía, pero iba en mi dirección y se acercaba la noche. No había, además, ninguna ciudad de camino que quería visitar.

Se hizo de noche y seguimos hablando. Pregunté mucho, como siempre hago. En un momento, supe que había preguntado demasiado.  La noche era oscura, silenciosa, el ambiente era íntimo y relajado, de música ausente y paisaje estático. Avanzábamos en una carretera recta y vacía. Mi cabeza divagaba intentando entender qué le lleva a una persona a vivir en la soledad de un volante - y quizás, también, qué me llevaba a mí a encontrarme allí, en mitad de la nada-.

De sus labios sonrientes salió una vida llena de ilegalidades. No había culpa, vergüenza ni compasión. Quizás saboreaba una pizca de orgullo. Ahora, y desde entonces, sabiéndose prófugo, huía sin huir, pero sabiendo que no podía volver.

Escuché sin juzgar. Sin hablar. Afirmé un par de veces. Y me hundí en el asiento. Su moral era diferente a la mía, a la común, a la estándar, y eso, me asustaba. Tenía la certeza de que si en un momento él se sentía amenazado, juzgado o creía que tenía motivos para hacer algo lo haría, independientemente de todo lo que yo podría argumentar o hacer. Temí que podría hacerme desaparecer. Y, como con aquello que me contaba, no sentiría culpa por ello.

Paramos en una estación de servicio a cenar. Recuerdo el salón lleno de hombres cenando, mi cuerpo pesado y el ruido. El olor a macarrones. Me sentí observada, pequeña y abrumada. Me pesaba el cuerpo y sentía como si mi aspecto pidiese a gritos ayuda. Me costaba entender que nadie lo viese en mi cara.

Me conecté a internet y le hice saber a él que lo hacía. Le escribo a mis padres, para que estén tranquilos, les cuento que voy contigo, que pararemos en la estación de adelante. Le tanteaba, nada le molestaba, y todo le parecía bien . Yo publiqué en mi página de facebook del blog todos los datos que pude sin sonar alarmista, si algo me pasaba quería dejar constancia de mi última parada.

No tenía hambre.

Me invitó a un menú a pesar de decirle que no, y con el estómago cerrado me acabé aquellos macarrones que sólo me sabían a miedo. Me dije que no. Que no me montaba de nuevo con él, que me quedaba allí, que pedía una habitación para mí. Me excusé, por segunda vez, para ir al aseo. En recepción había una chica, y con disimulo para que nadie me viera, le pedí una habitación. Me dijo que no, que todo estaba lleno y me miró preocupada. Le devolví la mirada. No me dijo nada.

Lloré y pensé rápido en el baño.

Volví a esa mesa. De nuevo los hombres, de nuevo el ruido y el olor a macarrones.

Comí un segundo plato con el estómago cerrado. No podía quitarme de la cabeza que estaba al lado de alguien que había matado. Salimos del restaurante dirección al camión e intenté escabullirme. Ya es de noche, no quiero molestarte... puedo quedarme a dormir aquí, hay habitaciones...

Agarrándome de  compadre bromeó con que no podía gastar tanto dinero alguien que viajaba haciendo dedo. Que no tenía sentido. Que que poca lógica. Que, de todas formas, si así lo quería, en la próxima estación de servicio también había otro hotel.

Me monté de nuevo con él.

Arrepintiéndome, preguntándome porqué. No quería montar una escena, no quería desconfiar de quien me había ayudado, no quería creer. Siguió el silencio, el nudo en mi estómago, la apariencia tranquila. Ya no pregunté más, cambiamos de tema a otras historias que, sí, también acababan en pelea.

Me sentí estúpida, idiota y, sobre todo, atemorizada. Me culpé de todo lo que podría pasarme. "Tú te lo buscas por viajar sola" me decían las voces de mi cabeza de conocidos y desconocidos (también de conocidas y desconocidas) . ¿Por qué no me había quedado? Quizás tenía que haberle pedido mi mochila, decirle que era suficiente, que me daba miedo seguir montada con él. Que estaba loco, y que yo no lo estaba.

Pero no dije nada. Una escena era lo que menos me interesaba. Quizás se enfadaba.

Miré hacia adelante. No mostré miedo, sí comprensión e interés en todo aquello que podría contarme. Al fin y al cabo, quizás no respondía a mi moral, pero respondía a la suya. Y, por ahora, estábamos bien.

Sentí que la noche se cerraba, que estábamos solos en una carretera en mitad de la nada. Plena y pura Patagonia argentina. Comenzó una subida, desconectó el GPS, descendió la velocidad y vi un cartel poco inspirador.

Vertedero a 100 metros.

Se me encogió el corazón. Creo que dejé de respirar. Y recé. Por si alguien escuchaba, porque todo tenía que irme bien. Mantuve la calma. Nada de escenas, desconfianza ni preguntas delicadas. En ese momento mi cabeza comenzó a trabajar más rápido que nunca. Buscaba opciones y formas de actuar que fuesen inteligentes. ¿Qué podía pasar? ¿Qué podía hacer?

Y lo supe.

Supe que lo más importante era salvar mi vida. No importaba qué, no importaba cómo. Si quería propasarse conmigo me negaría. Diría que no, que no quería. De verme gravemente amenazada intentaría convencerlo para "hacerlo" en un hotel, tranquilos, con tiempo y espacio. Eso le diría. Luego ya vería cómo podría escaparme de allí, antes de nada, saltando, a gritos, a patadas, pero ya habría gente. No como allí, en mitad de la nada. Si me decía que no, si me golpeaba, amenazaba o ataba, consentiría. Sí, consentiría. Es más, colaboraría. Intentaría que fuese placentero para él para que fuese lo más rápido posible, si lo hacía bien, quizás ni siquiera tenía que tocarme. Mejor vejada o violada que muerta, me repetía. Como quien le da la cartera a quien pretende robarte a punta de navaja. "Sólo" será un mal polvo, me repetía.

Y sé cómo suena. Más todavía ahora que no sólo lo pienso sino que lo escribo.

TÚ TE LO BUSCAS POR VIAJAR SOLA.

Me imaginaba después. Diciéndole que todo estaba bien para que me llevase al próximo lugar, no quedarme tirada en medio de la nada. Ir al hospital, a la policía y tratar de explicar lo que había pasado. Sin violencia, sin pruebas ni evidencias. Él tendría testigos de cómo yo me monté voluntariamente, quizás él terminase creyendo que era algo que yo quería, que  yo cooperé y, en el mejor de los casos, no tendría signos de violencia.

Nadie me creería.

No, al menos, la justicia.

Qué delgada es la línea que separa, cuando una teme, el  consentimiento y la desesperación.

Tendría que escuchar, además, que a quién se le ocurre, que dónde pienso que vivo, que menuda inconsciente. Que busco el peligro, que no puedes meterte en la boca del lobo, que incito. Que hay mucho loco, que soy débil, que qué pensaba que iba a pasarme. Que tú te lo buscas por viajar sola.

Al final no me pasó nada.

El señor "sólo" tenía un pasado. No me tocó ni intentó sobrepasarse. El resto fueron mis miedos, mi cabeza. La mezcla de historias para no dormir que siempre nos cuentan y atemorizan. El saber que, por el hecho de ser mujer, son cosas que pueden pasarte. Y que, encima, como muchos (y seguro que muchas) pensarán, que yo me lo busco por viajar sola. ¡Y cómo viajo! Por hacer dedo, por ir sola, por montarme con él. Porque son cosas que ven capaces de hacer a cualquier hombre si te encuentran sola en mitad de la noche. (¡Y qué pena que no se dén cuenta de que es en esa afirmación donde reside de verdad el problema!)

Hay quien me dice que se rió de mí, que fue toda una historia,  y quiso saber cuánto aguantaba. Pues aguanté. Si fue una broma, nunca lo sabré.

Nunca me lo parecerá.

A la mañana siguiente me palpé para comprobar que estaba de una pieza, que cumplía 29, y que atrás (me) quedaba otra experiencia, una lección y un mensaje.

La lección, como quizás mucha gente piensa, no fue que no volvería a hacer dedo sola nunca más. De hecho, seguí esa misma mañana. La lección fue que, ante una situación, siempre tenemos una opción. Podemos decidir. Y esto, aunque parezca banal, es importante. Podemos decidir si pelear, resistirnos o cooperar. Y adelante con nuestra decisión. No hay una opción mejor que otra, no hay culpabilidad cuando una trata de sobrevivir. En mi caso, sentirme libre para tomar una decisión me dio mucha fuerza, sentí que pasase lo que pasase tendría las riendas en mi cabeza. Durante todo el miedo, no me quise ver como una víctima sino como una superviviente. No es más inocente, ni más honorable, quien pelea por no dejarse robar la cartera. Y eso a veces se nos olvida cuando hablamos de este tema.

El mensaje es que tú no te lo buscas por viajar sola. No te lo buscas por volver a casa sola de noche, por emborracharte o por llevarte a casa al chico incorrecto. No te lo buscas con tu ropa ni con tu maquillaje. Tú no buscas que te pasen estas cosas, quieres sentirte libre. Ser libre. Y sí, lamentablemente, nos hemos resignado a temer lo que pueda pasarnos. Pero,  y personalmente, prefiero aceptar los riesgos que tener continuamente miedo. Tenemos que tener claro que es la sociedad quien está enferma cuando se culpabiliza a la víctima, quien excusa al culpable. No hubiese sido mi culpa montarme de nuevo en aquel camión, estar sola haciendo dedo o no pelear. Y, como ha quedado claro muchas veces, el consentimiento, o el dejarse hacer, no siempre va ligado al deseo ni a la voluntad. Si se actúa con miedo o bajo coacción es violación.

No es fácil escribir(te) esto, he dudado mucho para publicarlo, pero me sentía en la obligación de repetirte que yo te creo. Claro que te creo. Pamplona te cree, y esperamos justicia. Porque no podemos permitirnos la impunidad de los culpables. Todas juntas. Nosotras sísomos manada.

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2017-12-25T10:49:57+01:00

About the Author:

¡Hola! Soy Patricia. Viajo sola desde 2014, cuando cargando mil miedos en mi mochila dejé mi trabajo en una farmacéutica y me marché al Sudeste asiático sin billete de vuelta. Ya he recorrido sola 4 continentes. Enamorada de viajar sola, lento y a dedo, y luchando por sentirme cada vez más libre, ahora me dedico a animar a otras mujeres a hacer lo mismo siendo cabeza y manos del blog Dejarlo Todo e Irse.

5 Comments

  1. Belgica at 17:36 - Reply

    Que bonito y que cierto!!
    Yo tb viajando y no... me he encontradp en esa circunstancia de sospechar y temer... es terrible y tb he rezadoma todo y tb me he sentido culpable de pensar mal...y a la vez afortunada... porque no fue algo malo.
    Una vez en medio de u a embarcacion tb me senti asi y tb dije correre gritare...pero si no. Tratare de disfrutar. Uf!

    Y claro yo ahpra que viajo hace un rato, tambien voy cuidadosa, pronto en una semana sera mi cumpleaños y pemse me gustaria tomarme un trago. Cosa que hasta ahora he evitado hacerlo sola en este viaje. Y no se si lo haga, pues no quiero forzarme. Aunque si voy trabajando mis.miedos... pero claro al final.
    La reflexion profunda es que esto sea tema...es que la victima se cuetione...
    Porque uno no se lo bisca por andar sola... es una normalizacion de algo q no deberia ser y que siento q esta cambiando y podremos ir cambiando poco a poco.. dia a dia.
    Un abrazo

  2. Anónimo at 12:39 - Reply

    Que bueno no te haya pasado NADA, y que lo cuentes en este espacio, y que hayas mantenido la calma en esas circunstancias. Eres una valiente. MGC

  3. Cris at 03:35 - Reply

    Mientras te leía me he emocionado... Yo también viajo sola. Y también me he escuchado que si no he pasado miedo, que es peligroso atreverse a viajar sola. Y puede serlo. Soy muy consciente. Pero siempre respondo que también lo puede ser estar en tu ciudad, rodeada de tu entorno, y que por apartarte un momento suceda algo que ni buscaste ni menos consentiste. Eso no puede limitarnos a seguir queriendo sentirnos libres.
    Gracias por compartir tu historia.

  4. Francisco at 22:03 - Reply

    Impresionante relato, sobre todo , valiente.
    Me he quedado un poco traspuesto tras leer el comentario de Eva, no tengo palabras.
    Lo siento mucho.

  5. Anónimo at 08:55 - Reply

    Impresionante; ya te admiraba, pero hay que ser muy valiente, tal vez más, para contarlo que para vivirlo. Porque las cosas de la vida te llegan, sin llamar, de golpe; tu escrito es reflexionado, y encima has tenido que revivir aquella noche; que aunque como bien dices fueron más tus miedos que la realidad, no es un buen trago para tomarlo de nuevo. Un abrazo.

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