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Mi visita a una comunidad guaraní de Misiones: Pindoty-i

Dicen que si deseas algo con la suficiente fuerza, el universo conspira para que ocurra.  Pues algo así me pasó a mí con la visita a una comunidad guaraní. Tenía muchas ganas de hacerla, pero no quería ser una turista, y, para qué negarlo, tenía miedo de decepcionarme. Quería conocer un poquito de cerca de qué se trataba, cómo vivían, ver su realidad rutinaria y quitarme de la cabeza la imagen estereotipada y turística de una tribu disfrazada. Así que el camino se encargó de cruzarnos. Porque siempre ocurre cuando algo tiene que ocurrir. Supongo que no existe el destino, y que no existen fuerzas que conspiran, si no que todo fluye cuando una sabe lo que quiere. Y yo ya hace tiempo que sé lo que quiero. Bueno... más o menos.

CUANDO LOS ASTROS SE ALINEAN

¿Sabes cuando una serie de sucesos se alinean y algo pasa finalmente? Pues fue así como conocí a Walter y planeámos juntos la visita a la comunidad guaraní. Yo venía de Puerto de Iguazú, de pasar el día acalorada por las ruinas de San Ignacio Mini e intentando convencerme de que había hecho lo correcto: no era posible hacer la visita a una comunidad guaraní por mi cuenta, con tan poco tiempo, tanto calor y tan turisteada. Otra ocasión llegaría. En Posadas me esperaba mi Couch Leandro y ya habíamos acordado más o menos a qué hora llegaría.

Seguí mi camino y allí, alguna hora después llegó Walter, un amigo suyo que cayó en su casa por casualidad. Comenzamos a hablar, nos llevamos bien y, no sé exactamente en qué momento, la conversación derivó en los guaraníes. Él llevaba más de un mes y medio recolectando ropa que, junto a un par de amigas, quería entregársela. Era una pena no hacerlo ya pero todavía no sabían donde había una comunidad. Casi sin escucharme afirmé que yo sabía, que me lo habían contado en San Ignacio y que si querían hacerlo pronto yo me unía a la expedición. En menos de 5 minutos ya habíamos quedado para dentro de dos días.

VISITA A UNA COMUNIDAD GUARANÍ

Finalmente sólo pudimos ser dos, pero cargados con una mochila cada uno y una gran bolsa llena de ropa llegamos hasta San Ignacio. Moviendo unos cuantos hilos y contando nuestra historia, conseguimos que un señor del departamento social nos llevase en furgoneta a nosotros, y nuestras mochilas, hasta el pequeño pueblo de Pindoty-i, a unos 3 kilómetros de San Ignacio. Una vez allá, saludó al cacique segundo (el primero no estaba) , nos presentó y en menos de 2 minutos salía pitando con su furgoneta, dejándonos ahí, con una rara sensación de abandono.

visita a una comunidad guaraní

Todo fue muy raro en un primer momento. No había sonrisas, ni bienvenidas ni nada que nos hiciese sentirnos un poco más cómodos. Nos sentaron en un banco, y algo bruscos, nos preguntaron qué hacíamos allí. Walter comenzó con su explicación para la que no había interrupciones ni signos de aprobación.  Al menos, tampoco los había de negación. Mientras él hablaba, yo me preguntaba cuánto rato podría continuar hablando Walter si nadie le paraba. Comenzó a hacer algunas bromas, a buscar complicidad y dio resultado. Poco a poco el cacique dos y su compañero, que se había unido a mitad de conversación, comenzaron a sonreir y a interactuar. Por un momento, parecía que todo podía salir bien.

Hasta que llegó el cacique. De nuevo las cosas se enturbiaron. Se pusieron serias. Nos miró con desconfianza, nos cambió de lugar, los dos chicos se fueron y la explicación comenzó de nuevo. Pero no fue nada que Walter y su oratoria no pudo vencer. Yo escuchaba en silencio y sonriendo. Como si cualquier cosa que pudiese decir pudiese estropear las cosas. Al fin y al cabo, los guaraníes no debían tener en alta estima a los españoles.

cacique guarani

El cacique

Poco a poco la situación se distendía, hablamos de la comunidad guaraní, de su tamaño y de sus necesidades. Necesitaban calzado, utensilios para el nuevo año escolar y herramientas para trabajar. Pero su principal foco de atención y necesidad eran los techos.  Estaban en pleno proceso de cambio entre los techos de cartón que duran un año por los techos de metal, pero no tenían medios suficientes.

El gobierno tiene abierto un Plan Techo, pero aquí nunca llega nada, nos afirmaba el cacique.

Y comenzamos la visita a la comunidad guaraní Pindoty-i donde viven 13 familias. Un recorrido por casas de madera algo aisladas, algo precarias y diáfanas en su interior. Tenían poco pero lo que tenían lo tenían desordenado o en malas condiciones. Había mucha basura a su alrededor y era sencillo encontrar ropa o plásticos tirados por el suelo. Aunque saludamos de forma cercana a cada miembro de la comunidad guaraní todos nos saludaban con recelo. Mi mente occiental socialmente adoctrinada comenzó a prejuzgar y deliberar. Quise ponerme a construir una papeleras, a limpiar la zona, a ordenar. A mejorar su calidad de vida, me dije, no pueden vivir así. Pero me callé. A fin de cuentas, yo estaba ahí de visita y tampoco tenía tan claro que quisieran cambiar su forma de vida y vivir como nosotros.

comunidad guarani

Justo dos minutos antes de que empezase a llover se repartió la ropa. Todo fue muy rápido, no hubo discusiones ni mayores expresiones. Todos se llevaron algo, menos el cacique, que esperó a que todo el mundo hubiese tomado lo que necesitaba para coger algo, y se quedó sin nada. Algo que no le importó demasiado porque el resto de la comunidad estaba cubierta.

Un gesto de líder, pensé, y no esos a los que estamos acostumbrados en nuestra sociedad civilizada.

La lluvia hizo que todo el mundo se dispersase a sus casas. Nosotros nos quedamos allá, junto al cacique, bajo un techo de metal que cubría la entrada a su casa. No fuimos invitados a entrar en su casa, ni a tomar un té ni mucho menos a comer, pero nos permitieron poner la tienda de campaña en el porche de la escuela de la comunidad guaraní. Pasaríamos allí la noche para, al día siguiente, ayudarles con la unión de una manguera.

lluvis en visita a una comunidad guaraní

Con la lluvia aguardando nos fuimos a dar un paseo hasta el río Paraná, parece ser que eso de estar en una pequeña aldea haciendo nada es complicado para dos personas acostumbradas a la actividad de la ciudad. Aprovechamos el viaje para hacernos con dos kilos de arroz, unos tomates, una cebolla y algo de pollo. Hoy la cena corría de nuestra parte,y tomaríamos, por fin, nuestra primera comida del día.

Y ya sí, con las bolsas llenas comenzó la alegría. Las señoras, y las niñas, se pusieron rápidamente a la tarea; hacer el fuego, cortar el pollo, preparar la verdura..., también cocinarían reviro, una masa de harina  con manteca, todo intercambiando cortas frases en guaraní y miradas comprendidas. Mientras tanto, el resto disfrutábamos tranquilamente, yo disparaba fotos, otros trabajaban la madera tallando yaguaretés y el resto charlaba tranquilo. Se hizo de noche y se fue la única luz que nos alumbraba. Parece ser que eso era algo normal, la novedad era sin embargo cenar a esas horas. Iluminados con la suave luz del fuego en el que el guiso de arroz con pollo se cocinaba despacio sonaba la guitarra, española, en unos dedos dubitativos.

cena comunidad guarani

Por fin la cena estuvo lista y se organizó el banquete; en la mesa, y servidos los primeros, el cacique, el cacique dos y los dos invitados. Niños y mujeres las últimas, sentadas en el suelo alrededor del fuego. Por suerte los cálculos fueron buenos y hubo para todos, también para algún goloso que quiso repetir. Charlando y escuchando guaraní vimos como las llamas del fuego se consumían marcándonos, sin reloj, la hora de dormir.

Pasé una mala noche rodeada de pensamientos presentes en las charlas anteriores, pensamientos tan reales como pumas, yaguaretés y víboras mortales así como con pensamientos tan espirituales como Tau, Luisón, el equivalente al hombe lobo, o Pompero, un espíritu travieso. Para descubrir por la mañana todos los monstruos nocturnos y sus ruidos; un perrito apoyado en la puerta que al rascarse golpeaba una puerta.

Nos despertamos a tiempo para el mate mañanero, trabajamos en la manguera y nos llamaron para el desayuno: un rico chipá acompañado de yerba mate cocida.

desayuno guaraní chipá

Acabado el trabajo, sólo nos quedaba despedirnos de la experiencia, de la visita a una comunidad  guaraní, de las casas de madera y el suelo arcilloso, de los niños y sus enormes ojos, de sus tímidas sonrisas, de la fogata y el sonido del guaraní, agradecer la hospitalidad y, en el caso de Walter, acordar una próxima visita. Porque hay mucha relación por delante...

 amistad criolla

2016-02-21T22:17:42+01:00

About the Author:

¡Hola! Soy Patricia. Viajo sola desde 2014, cuando cargando mil miedos en mi mochila dejé mi trabajo en una farmacéutica y me marché al Sudeste asiático sin billete de vuelta. Ya he recorrido sola 4 continentes. Enamorada de viajar sola, lento y a dedo, y luchando por sentirme cada vez más libre, ahora me dedico a animar a otras mujeres a hacer lo mismo siendo cabeza y manos del blog Dejarlo Todo e Irse.

3 Comments

  1. Cintia at 20:28 - Reply

    Hola, como estas? quisiera informacion de como llegar hasta esta comunidad, y saber algunas cositas mas, espero tu respuesta, gracias Cintia

    • Patricia at 13:30 - Reply

      Hola Cintia! No tengo los datos de cómo llegar específicamente a esta comunidad ya que fui hace unos años y no apunté exactamente cómo llegar. Pero, la realidad es que hay muchas de estas comunidades por Misiones y a mí me llevaron a ella preguntando en el ayuntamiento de un pueblo cercano a Posadas. Ellos los tienen contabilizados y saben, además, cuáles necesitan más ayudas. Un abrazo!

  2. Lazaro at 14:29 - Reply

    Me ha gustado mucho esta entrada! Es difícil no pensar que tu modo de vida es el mejor jeje Mucha suerte Patri! Sigue contando mas!

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