Me sorprende leer que un viaje te cambia, y que nadie hable de la vuelta.

También te cambia la vuelta.

Es cierto que de un viaje vuelves pletórica, con las ideas cambiadas, con ganas de comerte el mundo y (también, y a partes iguales) de dormírtelo. Viajar te cambia, te convierte en alguien distinta. Más lanzada, más despreocupada. Más ímplicada en causas vitales, más filosóficas y menos productivas. Te vuelves más reflexiva. Más desenfadada, menos consumista y más naturista.

Pero el volver te cambia. Te devuelve a ese estado en el que ya estabas. Te encuentras contigo, con la de antes, esa que eras, y todavía eres. Aquella que te imaginabas a millas, tras tu vuelta, aparece. Ella no ha cambiado, es la misma, y te recuerda que tú, tan viajera y renovada que te sientes, sigues siendo, más o menos, la misma.

Junto a ella tus miedos, frustraciones y dudas. Esas que vences, parece, cuando estás en movimiento. Llaman a a la puerta como diciendo ¿estás abierta? y tú que creías que no, te sorprendes al responder parece que sí.  Es una realidad que el viaje te cambia, y la vuelta, sin duda, te devuelve.

Más calmada, con menos ansias. Me siento tranquila y es verdad que, en cierto modo, renovada. He crecido, he asumido y he comprendido. Me conozco más y sé mejor cómo reaccionar. Nada es tan importante, ni tan urgente, nada es tan personal ni tan hiriente, pero tampoco soy tan fuerte. Y es que una no cambia tan rápidamente.

Ese pelo que todos creían perfecto, ahora todos opinan que debo cortarlo ¿no está demasiado largo? Y yo me reía, me gusta largo, ahora empiezo a encontrarlo demasiado. Perdió ese brillo, ese volumen ¿será el agua, el champú o tanto lavarlo? Quizás es de tanto secarlo.

Y recuerdo todos esos planes que tenía para cuando tuviese algo de tiempo, algo de espacio. Empezaré a correr, a fabricar mi propia cerveza y cocinar pizza casera. Meditar por las mañanas, hacer yoga y asanas, escribir mi libro y comer más despacio. Reducir el nivel de carne, pintar más y quedar más con mis amigas, quedarme más tiempo en la cama. Escribir cada día sobre esas cosas que no pude asimilar y que lo haré con calma.

Pero la vuelta te cambia. Te devuelve. Se te acaba el tiempo antes de verlo. No busques tu espacio, mejor busca un trabajo. Será mejor que consideres la escritura tu hobby. Lanza currículums como si no hubiera un mañana o, mejor, como si lo hubiera y tuvieras que preocuparte por tu jubilación. Con suerte tus idiomas te abrirán alguna puerta.

Volver te devuelve. A tu ritmo de siempre, a tus quehaceres y errores de siempre. Te recuerda que no disfrutas corriendo, que te cansas tras el primer quinientos. Que el gimnasio donde pretendías nadar es demasiado caro hasta que no tengas un trabajo, que la cerveza tarda tres meses. La pizza casera y la nutela ya "no se permite" porque es todo grasa y ya no quemas tanto como con lo que caminas cuando viajas.

Las mañanas que quería estirar en la cama van tan deprisa que no me permito cerrar los ojos para intentar meditar. Qué más da, nunca consigo no pensar.  He vuelto a a ser ese pez que se muerde su cola. Ya no hay tiempo para hacer lo que echaba de menos. La productividad se pierde cuando no haces lo que quieres.

Y ya no escribo. No lo que quiero. Para ese libro que necesitaba sacar de mi cabeza se fueron las ideas, o dejé de darles importancia. No sé porqué me pasa. Quizás es que no tengo tiempo, que ya no lo veo, que ya no le encuentro un sentido, que ya no lo necesito. Quizás es miedo. Lo que me recuerda que justamente de eso iba todo aquello. Me digo que escribiré un cuento.. y ese parece el cuento que yo misma me cuento.

Avanzo en cosas, pero no lo que quiero. Pero es que he vuelto. No estoy siendo productiva, no al menos tanto como quería serlo. Pero ¿quién me está diciendo todo esto? ¿La que estaba allí o la que ha vuelto? No lo sé, pero yo, la semana que viene, me corto el pelo.