Si soy totalmente sincera, no tenía muchas ganas de volver a Croacia en este viaje en solitario por Europa. Había estado allí seis años atrás y, aunque me había gustado, tenía muchos otros destinos en mi cabeza antes que volver a Croacia. Sin embargo estaba en Eslovenia, quería ir hacia Bosnia y cruzar por Croacia parecía la opción más lógica. Como sólo había pasado una semanita en este país y lo había visitado acompañada, me dije que volver a Croacia era una buena oportunidad para cambiar la perspectiva con la que mirar el país, ver cómo es viajar sola por ahí y, por qué no, visitar otros lugares menos turísticos de Croacia y que en esa ocasión había dejado en el tintero. Desde Izola, Eslovenia, seis años después, me preparaba para volver a Croacia; esta vez sola, esta vez a dedo.

VOLVER A CROACIA

Croacia me recibió con Pula, una ciudad inesperadamente bonita a la que llegaba de paso y con un autostop algo más complicado que en Eslovenia. Estaba en la región de Istria, la gente era amable aunque no hablaba mucho inglés y no se diferenciaba demasiado de la región costera donde se encontraba Izola. Al encontrarme con ese anfiteatro enorme en mitad de una ciudad y varias iglesias me vinieron varios recuerdos de Split y la sorpresa que había provocado en mi seis años atrás.

Es algo extraño pero, a pesar de recordar cuánto disfruté el viaje por Croacia, en mi mente la tenía algo infravalorada. Como un país que se recuerda con un "está bien" siendo "bien" el mejor adjetivo que se te ocurre en ese momento. Quizás, me dije, tenía que volver a Croacia para recordar que, como Italia, Croacia está plagada de restos romanos y playas hermosas.

Por recomendaciones que no debí seguir, en vez de quedarme en Pula llegué hasta Rijeka; una ciudad costera con un puerto industrial. No me gustó a pesar de que mi hostel estaba en primera línea de playa y me despertaba el sol sobre el mar haciéndose hueco por mi ventana por las mañanas. Imagino que tener un carguero enfrente no ayuda o, quizás es que no soy una persona muy playera y soy más de montaña, y por eso me sentí cansada de playa antes de empezar a recorrer Croacia. O quizás es que aunque el azul del agua me llamaba, ésta estaba tan fría que no podía nadar muriéndome de ganas.

Sin embargo, a pesar de que Croacia es objetivamente bonita, ese "bien" se seguía remarcando tras volver a Croacia seis años después. Me sorprendió Zagreb, aluciné con Rastoke y me encantó Sibenik, y... sin embargo, sin poder explicar porqué, Croacia sólo estaba bien.

El hermoso Rastoke

Croacia es mar en una tierra de pinos. Es una naturaleza verde pero seca, el sol pega con fuerza y el viento es frío, por eso me pasaba el día quitándome y poniéndome la chaqueta (aunque quizás era por ese mal mayo del que todos hablaban). A pesar de la vida sencilla del croáta, su costa está llena de yates, barcos y catamaranes de turistas que se autoconvencen que en kunas todo cuesta menos dinero cuando, seamos sinceras, Croacia está cara. Las ciudades costeras son de casas de piedra y están repletas de callejones. Las ventanas son de madera y están pintadas de colores alegres, generalmente azules o verdes y siempre, en todos los lados, hay muchas plantas. Pensándolo ahora, con distancia, no sé porque Croacia  no me encantaba.

Imagino que sentía que no tiene esencia, que se vendieron, que había demasiado turismo y muy poca alma. Conforme vas más para el sur, la gente es más seria, más fría, más rancia. La gente que trabaja en turismo todavía se salva, pero las cajeras de los supermercados o los conductores de autobuses te miran con frialdad y seriedad, con algo de enfado, y te gritan el número que tienes que pagar aunque vean claramente que no les entiendes. Contrarrestaban, demasiado, con la gente de Eslovenia.

Tras ocho días de volver a Croacia ya quería marcharme. A pesar de todo lo bello visitado no me llenaba. Pero, como ya conté aquí, Croacia no me lo puso fácil y me obligó a quedarme. Después de tres intentos decidí alargarme.

Ver qué pasaba y lo que pasó es que todo se dio.

Rehice las paces con un Split con el que no sabía que estaba enfadada. A pesar del turismo masivo de la ciudad, que nada tenía que ver al de seis años atrás, encontré rincones que supieron enamorarme.

Split

Fui a un pueblecito de la costa del que nadie sabe, disfruté de la playa, recordé con cariño los días pasados en Croacia y por fin me bañé en esas aguas azules de rocas en las que nadie puede fingir postureo porque las piedras te ponen en seguida en tu sitio. Disfruté del contacto del agua fría y del sol, de un paseo en barca y una compañía diferente y un tanto rara. De esas rarezas que te recuerdan las tuyas y te enseñan a abrazarlas.

Ahora tengo un doble sentimiento respecto a Croacia. Ya no sé qué pienso.

Marusici

Quizás Croacia está sobreexplotada y es cara, quizás la gente no es tan simpática como en otros lugares, ese mayo no tenía el clima adecuado o quizás yo (sin saberlo) estaba en una etapa del viaje más gris. Quizás tenía que volver a Croacia y quedarme hasta que ese sentimiento cambiase y disfrutarla como lo que es; un lugar de playa, de vacaciones y un poco menos de aventuras y viaje, al que ahora ya, desde otro país y bajo un sol incesante, me han entrado ganas de volver otra vez.