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Lo insólito del lago Turkana

Como ya os conté, llegar por carretera hasta el lago Turkana no fue tarea fácil; autobuses que no salen, paradas intermedias y carreteras incómodas e interminables. Pero después de cuatro días habíamos llegado a Loiyangalani ¡habíamos llegado al lago Turkana!

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De camino a Loiyangalani, como os conté aquí

El autobús pitó a medianoche con su llegada a Loiyangalani, medio pueblo salió a recibirnos y nosotros nos marchamos con el primer chico que dijo tener un lugar donde alojarnos. Era demasiado tarde, no nos gusta movernos de noche y no sabíamos qué lugares nos recibirían a esas horas. Nos cobró barato por una habitación privada con dos camas y mosquiteras y nos señaló en la oscuridad la existencia de un baño que no quisimos chequear.

Dormimos bien y despertamos con las primeras luces para darnos cuenta de que estábamos durmiendo en un camping abandonado, de baños destrozados y duchas inexistentes. Nos marchamos en lo que nos costó volver a recoger la mochila.

LOIYANGALANI

El centro del pueblo que no habíamos visto la noche anterior por la falta de luz era un secarral de dos calles, la principal y la aledaña, donde se situaban algunos comercios y un par de hoteles. Al contrario que en el resto de Kenia, allí no circulaban coches.

Si en ese momento, hubiese tenido que definir Loiyangalani con tres palabras, hubiesen sido calor, polvo y diversidad. Sólo eran las 8 de la mañana y, sin embargo, ya hacía un calor insoportable, el polvo levantado con la breve brisa que no refrescaba se metía en mis ojos y todo el pueblo, de diferentes atuendos, ropajes, abalorios y tonos de piel nos observaban con una mirada penetrante. Si dije que Kenia me hablaba de amarillo, Loiyangalani me hablaba de un gris casi negro.

El pueblo era una mezcla variopinta de tribus y vestimentas. Había mujeres musulmanas, cubiertas de cabeza a pies con telas finas y de colores tirando a grises, hombres turkana con gorro verde del que salía una pluma y mujeres con infinitos collares, piel seca y pies descalzos. Algunos hombres, los guerreros y más llamativos, llevaban en la cabeza una especie de cresta artificial con unos cinco conos y alguna pluma entre ellos. A pesar de ir vestida de lo más normal no podía evitar tener la sensación de ser el centro de atención.

Loiyangalani
Las cabras también buscaban la sombra

Entramos a desayunar en el primer lugar donde nos ofrecieron té y mandazi, nos hicimos un hueco entre los locales, las sombras y las moscas y llenamos el estómago por medio dólar. No había hostilidad, pero la amabilidad, continua en nuestro periplo por Kenia, era mucho más arisca y, a veces, inexistente.

Viviendas turkana en Loiyangalani dirección al lago Turkana
Viviendas turkana en Loiyangalani dirección al lago Turkana

Cuando caminábamos por la calle, se acercó a nosotros una señora con un pendiente de plata en forma de hoja sobre la oreja. Después me enteraría de que esa hoja, grande y con un enganche ancho, es el símbolo de mujer casada en la tribu turkana. Tras un seco Jambo, nos dijo Photo e hizo un gesto con la mano que significaba cobrar. Al decirle que no estábamos interesados en una foto, estiró la mano, pidió dinero con voz mimosa y llevándose la mano a la boca nos informó de que tenía hambre. Tenía los ojos perdidos y masticaba miraa, unas hojas verdes adictivas (similares a las hojas de coca) por las que en Kenia tienen particular afección.

Varios niños nos miraron, saludaron y soltaron su primera palabra, siendo ésta Money. Extendieron la mano, se explicaron mejor con un Give me money y procedieron con un sweets intentando tener más éxito pidiendo dulces en vez de dinero.

Varios grupos de mujeres nos ofrecieron tomar fotos varias veces más y otros niños nos siguieron un trecho pidiéndonos dinero. Era un clima hostil, un lugar perdido y la vida, sin duda, era dura allá, pero el paso de otros turistas antes que nosotros dibujaba una tendencia en las expectativas del pueblo respecto a los visitantes. Me pregunté de quién era la culpa, si es que alguien la tenía, y continué caminando al no saber responderme.

A las afueras del pueblo las casas de cemento daban lugar a casas hechas con palos. Eran similares a las samburu, a diferencia que aquí los techos estaban construidos con algo similar a la paja. Acostumbraban a estar rodeadas por una pequeña valla, también hecha con palos, había mucha basura y, a diferencia de con la tribu samburu, sólo pudimos interactuar con niños que obviamente no estaban en el cole y que, en la mayoría de los casos, volvían a pedirnos dinero.

Las mochilas de UNICEF nos decían que esta ONG (y muy probablemente otras) habían pasado por aquí. Ahora ya no las veía, me pregunté porqué y tampoco me supe responder.

Lago Turkana
Lago Turkana

EL LAGO TURKANA

No me sentía bienvenida (por primera vez en Kenia) y el calor, el polvo, la pobreza, la impotencia y el cansancio hacía preguntarme si había tenido algún sentido llegar hasta allí.

Verlo todo, me dije. Saber, me respondí. Generar(me) una opinión. Sólo (me) habla el cansancio.

Caminamos bajo el sol los tres kilómetros desde Loiyangalani hasta el lago Turkana y ya allí, todo tuvo sentido más rápidamente. Corría el aire, veíamos agua, ya no había polvo y sólo estábamos nosotros. Allí, lejos de todo, también alcanzábamos a tener cobertura, no como en Loiyangalani donde estábamos incomunicados.

Llegamos hasta un pequeño aserradero donde estaban trabajando en un barco de madera junto al cual había un secador de pescado. Me senté frente al lago y, quizás por primera vez en Kenia, escribí en un lugar sin más preocupaciones que disfrutar.

El lago Turkana no era lo que esperábamos y, sin embargo, se sentía como un remanso de paz.

Seguimos caminando por la costa, ofreciéndonos éste unas vistas más bonitas del lago. El terrero seco y marrón contrastaba con algunas pinceladas de amarillo y verde de la costa y el azul del lago que, en ocasiones, viraba hacia el verde. Nos cruzamos con dos niños desnudos que, extremadamente felices, nos enseñaron el pez que habían pescado, un pez muerto que estaba demasiado hinchado y tieso. Después saludamos a una señora turkana que llevaba un rebaño de cabras y se sorprendió positivamente de vernos caminar.

Subimos una pequeña loma y allí, con las vistas, la brisa y el silencio, nos dedicamos a charlar, a pensar en lo visto y a disfrutar de esa insólita calma que sólo el lago más grande del mundo en un área desértica nos podía dar. Ahí, desde esa pequeña loma y pese a lo que pudimos sentir, Loiyangalani se veía como un oasis en el centro de un desierto intransitable.

Insólito lago Turkana

¿RECOMENDARÍA VIAJAR AL LAGO TURKANA?

Llegar hasta el este del lago Turkana (que parece ser la zona más complicada) es un proceso largo y lento, es pesado por lo que sólo se lo recomendaría a viajeras con paciencia, tiempo, abiertas de mente y realmente interesadas en la realidad de un país.

En Loiyangalani no nos pasó nada pero siento que vimos y entendimos mucho más otras facetas de Kenia. Es una experiencia intensa.

El lago Turkana es hermoso (aunque estas alturas ya sabéis que soy muy de lagos). Tiene la magia del agua en un lugar donde ésta está ausente, la tranquilidad de un lugar bonito y al mismo tiempo seguro y lo insólito de sentirte en mitad de la nada.

Los colores del lago Turkana

INFORMACIÓN ÚTIL PARA VIAJAR AL LAGO TURKANA

Llegar al este del lago Turkana por tierra más que complicado puede ser muy pesado (y largo). No apto para viajes de días apretados.

El autobús de Marsabit con dirección a Loiyangalani sale 2 veces por semana, en principio, lunes y viernes pero la realidad es que sale cuando está lleno (como nos pasó a nosotros), cuesta 1000 chelines (unos 9 euros), es bastante cómodo (sobre todo los asientos 1 y 2 que tienen más espacio) y es recomendable llevar algo de comida y bien de agua (es probable que entre dos os bebáis una garrafa).

En Loiyangalani hay tres hoteles/camping. El que más fama tiene es el Palm Shade Camp, pero lo vi bastante descuidado para el precio (2000), pedían 1000 por acampar. En Tilamari village inn nos dejaron una habitación perfecta por 1500 (unos 13 euros) tras negociarlo (y se aceptó porque era temporada baja).

También está el Oasis pero ni siquiera preguntamos al haber leído que todo era más caro.

La compañía de teléfono Telekom no llega hasta el pueblo pero sí al aserradero. Safari com llega al pueblo (siempre y cuando no haya caidas, que parece habitual).

Como es de imaginar, todo es más caro en el lago Turkana y no encontrarás más fruta o verdura que plátano y managu. Tenlo en cuenta si de verdad echas en falta la fruta.

Olvidate de los tiempos, del calor (si puedes) y disfruta.

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2020-03-10T17:52:44+01:00

About the Author:

¡Hola! Soy Patricia. Viajo sola desde 2014, cuando cargando mil miedos en mi mochila dejé mi trabajo en una farmacéutica y me marché al Sudeste asiático sin billete de vuelta. Ya he recorrido sola 4 continentes. Enamorada de viajar sola, lento y a dedo, y luchando por sentirme cada vez más libre, ahora me dedico a animar a otras mujeres a hacer lo mismo siendo cabeza y manos del blog Dejarlo Todo e Irse.
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